*Jorge Navarrete Bustamante
Mientras
escribo esta columna, estoy viendo los crímenes cometidos por la “caravana de
la muerte” en Calama: la de genocidas como Arellano, Arredondo, Espinoza, Moren
Brito, Fernández Larios. Luego, vendrían los asesinatos en Cauquenes de Claudio
Lavín, Pablo Vera, Plaza y Muñoz, después de pasar por Talca en que el valiente
Coronel Efraín Jaña Jirón, impidió matanzas como la del contador Jorge Venegas
y de otros seres humanos -igual de inermes- que estaban prisioneros en la
piscina del regimiento N° 16, costándole al militar el exilio para salvar su
vida, a diferencia de los constitucionalista generales Prats, y Bachelet.
Fui de los
últimos deportistas que estuvo en el Estadio Nacional. Ese era el día en que mi
Liceo 7 (ubicado en Covarrubias con Irarrázabal) hacía Educación Física en el
principal coliseo del país. Cursaba Primero Medio. Tenía 14 años, y ya había
ingresado a la Juventud Socialista.
Esa mañana,
después del realizar el recurrente “cross country” en torno al estadio, el
profesor Quiroz nos envió a casa diciendo que se había producido un
“pronunciamiento”… No sabía que significaba ello.
Retorne
inmediatamente al Liceo -como estaba acordado en caso de similar situación-, para
defender cívicamente al gobierno democráticamente elegido. Por radio escuchamos
el bando N° 1 que las FFAA
tenían por objetivo “la restauración del orden y de la institucionalidad”…
Vi como los bombarderos apuntaban a La Moneda.
Simultáneamente, tanques dispararon –al decir del general Canessa- 179 proyectiles
y 59.000 balas en contra de un Presidente que, a diferencia de los dictadores,
se negaba a huir de su patria con millones de dólares depositados en banca
extranjera.
Mi papá trabajaba en CORFO, a dos cuadras de la Casa de
Toesca. Logró llegar a nuestro hogar, en calle José Domingo Caña con Obispo
Orrego. Allí nos explicó con crudeza lo visto y lo que viviríamos.
Al volver a clases, compañeros de colegio ya no
estaban (eran niños de, a lo más, 16 años); otros perdieron a sus padres o
hermanos; algunos estaban detenidos en el estadio nacional.
Los asesinatos también selectivos no cesaron, y lo
comentábamos en el liceo, y luego en la universidad: Siempre hubo dudas sobre
la muerte de Neruda, y del general Bonilla; horroroso fue saber de las explosiones
al Canciller Orlando Letelier en Washington, a Bernardo Leighton en Roma; o de
la contaminación bacterial al general Lutz, y del cuasi magnicidio al ex
Presidente Frei Montalva.
Cada 11 de septiembre, en Talca, nos reuníamos en
romería al Cementerio con Mirna Pavéz, Iván Araya, Guillermo Sepúlveda,
Fernando Ponce, Raúl Palacios, Juan Araya, Margarita Traverso, Hugo Pizarro,
Luzgarda Meza, Luis Ahumada, y otros amigos para rendirles homenaje a los
nuestros.
En el Memorial del Detenido Desaparecido, que la Gobernación
de Talca lideró en su construcción junto a Mirna Troncoso y muchas mujeres con coraje, es desde donde siempre
proyectamos el Nuevo Chile.
*Magister en Políticas Públicas. Universidad Adolfo
Ibañez.