martes, 12 de julio de 2011

Dignidad de los Indignados

Dignidad de los Indignados

*Jorge Navarrete Bustamante

Pareciera ser que aún no se entiende bien lo que actualmente ocurre en el mundo y en nuestro país. Nótese que en España la expresión ciudadana no era por más empleos, mejores salarios o cosa similar. Era, en realidad es, por una mejor democracia.

En Chile tampoco la causa es sectorial sino sistémica. Es el modelo, ese que sí bien cumplió un efectivo rol en el pasado ya da síntomas de fatiga, de fallas y de consecuencias graves cada vez más estructurales para el propio modelo y para millones de chilenas y chilenos que cuestionan al sistema en su conjunto.

De manera que responder con propuestas coyunturales, funcionales, desconectadas o alambicadas por muy substanciosas en recursos que sean, no parecen ser eficaz.

Sí, el sistema completo está en cuestión, inclusive el modelo de sociedad. Entiéndase en ello los magros síntomas de los poderes del Estado; los ya aletargados poderes fácticos como la iglesia católica que a unos de sus connotado clérigo y abusador sexual lo destina a “retiro espiritual”¿?; de los venales y vergonzantes dirigentes deportivos que no renuncian; de los oscuros negocios del retail con sus colusiones y ganancias exorbitantes que dicen que sus robos son un mero accidente; de los partidos políticos desenfocados: ocupados de si llevar una o dos listas, éste u otro presidenciable, sin comprender la necesidad de una efectiva transformación.

Pero están también los anónimos esos que aún en situaciones límites como el del 27 marzo, asaltan supermercados, tiendas y hasta el aeropuerto de Santiago.

No se trata de casos.

Es la vocación de lucro sino de usura, hecho sistema en Chile. Es el poderío incontrarrestable de poderosos círculos privados que imponen la impunidad para sus miembros, y que pretenden además controlar la sociedad, la vida privada y hasta la sexualidad de cada ser humano de este país. Es la indefensión del ciudadano en su máxima expresión.

Ello indigna a los dignos.

La dignidad, es el derecho de los seres humanos a tener derechos. Se trata, en consecuencia, de un valor superior, sobre el que reposan todos los demás. Una vida digna entraña siempre una abierta posibilidad de mejoramiento, en el sentido de una apropiación, de una mayor conciencia o lucidez. Ergo, ningún ser humano puede llegar a serlo en verdad si se recortan sus posibilidades.

No es, por tanto, ningún capricho de la lengua que a los portadores de la dignidad colectiva -sean laicos o religiosos-, se les llame “dignatarios”, pues el poder que reciben es para el mejoramiento de la comunidad. Por ello, cuando un dignatario actúa de manera indigna, beneficiándose de su posición, sentimos vergüenza. Pero cuando son las instituciones las que lo hacen, primando los intereses de grupos, genera indignación.

Esta no es una cosa de izquierdas o de derechas sino algo inherente a la persona humana.

Por eso para indignarse hay que tener dignidad aunque los dignatarios aún no lo entiendan.

MBA. Universidad de Talca.

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