*Jorge Navarrete Bustamante.
Así, más o menos, se denomina el último libro de
cuentos de Alfonso Morales Celis. En el que dicho autor pone especial énfasis
en el recuerdo, en la memoria de los tiempos y espacios idos.
En efecto, dicha obra financiada por el Consejo
Nacional de la Cultura y las Artes, y a presentarse el jueves 24 en la
Universidad de Talca, nos lleva a reencontrarnos con esas pequeñas cosas -al
decir de Serrat- que van construyendo un todo imborrable.
Y Alfonso Morales condensa sus avatares y matizado
bagaje de vida evocando experiencias con una perspectiva de trascendencia.
Cierto, el escritor retiene en su memoria cada
fenómeno y detalle de antaño que a su vez recobra vida ahora, en tiempo
presente. Es como la gestalt, o capacidad de la mente
para configurar los elementos que llegan a ella a través de los canales
sensoriales o de la memoria (pensamiento, inteligencia y resolución de
problemas)
Tal
configuración, es lo que precisamente logra Alfonso Morales Celis, con ese inexorable
carácter primario por sobre los elementos que la conforman, y cuya suma de
estos últimos, por sí solos, logran resumirse en ese axioma: “El todo es más que la suma de sus partes”.
Es que el recuerdo para Alfonso es sinonimia
de trascendencia y de eternidad. Por ello -al parecer- ese infatigable esfuerzo por
alejarse del Alzheimer; y, por consiguiente, ese denodado afán por las
reminiscencias para plasmarlas no sin cierta obsesión en cada renglón del libro
sobre el acontecer en el más amplio espectro de su vida: desde la cotidianeidad
a la esencia, desde lo aparente a lo estructural, desde la simplicidad a lo
insólito.
“El último tren”, es una imagen en el libro que esboza
suspenso de principio a fin; combinando el sentido por lo salado de las
lágrimas, y el dulzor de naranja en Elena. Describe allí el comienzo de la
dictadura de Pinochet sobre ese tren de trocha angosta que serpentea orillando
los recodos del río Maule entre Talca y Constitución… La misma dictadura que le
llevó al exilio en España para retornar a fines de los ´80, cuando le conocí
junto a su compañera de vida, Alicia.
Tal vez esa
desafección al olvido de Alfonso, solo es comparable al de la soledad. La descripción
post mortem de su madre, de su hogar, de cada mueble es sencillamente
magnífica. Las cosas parecen cobrar vida. Su arrepentimiento por pequeñas
travesuras de adolecente es tan creíble como la inercia religiosa de que fue
objeto. Los juegos de pelota de trapo retrotraen al lector a instantes tan
felices como el recorrido por Talca de la época a que nos lleva el autor desde
su casa en la 11 oriente.
En fin, en esa caja de “Polvo de Harem”… hay un
fragmento de vida que permite llegar al corazón de Alfonso Morales Celis, en
tiempos que no volverán pero que siguen viviendo en él, y que desea compartir
con todos nosotros para que el recuerdo no muera, para que la compañía sea
indeleble, para que la vida contenga eternidad.
MBA. Universidad de Talca.
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