Jorge Navarrete Bustamante.
Su última cuenta rindió el Presidente Piñera. Fue extensa. Algo comprensible pues tuvo una
connotación más de despedida resaltando realizaciones más de proceso que de su
inicial quehacer. Algo tan distintivo de Chile, como son la implementación de Políticas de Estado más allá de quién circunstacialmente gobierne.
Positivo lo de obligatoriedad del kínder y subvención a niños a partir
de los tres años; y de los bonos para promover la natalidad, entre otras varias
adecuadas iniciativas puntuales.
Evidentemente, más allá de la “opacidad” de las cifras de reconstrucción
y seguridad, el elocuente crecimiento económico y el bajo desempleo; la
apertura de nuevos mercados internacionales y el buen desempeño del ministerio
de relaciones exteriores; la ampliación en el AUGE, de infraestructura
hospitalaria, deportiva, vial y de riego, previos estudios de napas; de matriz
energética; de elección de los Consejeros Regionales y creación del ministerio
de Agricultura y Alimentación; de programas de innovación como de
emprendimiento, son parte de políticas de estado de mediano y largo plazo en el
país. Y así lo reconoció el propio presidente al momento de señalar que él
amplió esas respectivas coberturas.
Ello es propio de la historia de nuestra República, y el presidente en
general estuvo -esta vez-, a la altura de ello, aunque el spot de propaganda en
medio de una cuenta presidencial, y la alusión recurrente e indirecta al
gobierno de la presidente Bachelet fueron los punto más bajo de esa inspiración
republicana.
Sin embargo, las grandes reformas que con urgencia requiere el país no
fueron aludidas estructuralmente a pesar que trato de avanzar en su gobierno en
ello pero que en su propio sector fue rechazado debido la minúscula política de
darle “una vuelta más” para ver si resistía el engranaje institucional del país
con el actual sistema binominal que basalmente impide las transformaciones que
la ciudadanía ha expresado en las más diversas formas; o de una reforma
tributaria de jerarquía como base que revierta la peor distribución del ingreso
a nivel mundial; o de la gratuidad de la
educación como pilar de la integración social y de la productividad nacional; en
fin, de reformas laborales que reviertan la precariedad del trabajo.
Hace poco más de un año, en estas mismas páginas señalé que si no se
abordaba con decisión tales enmiendas constitucionales el actual gobierno no sería
más que una mera pausa. Sus aliados no lo han acompañado, han presionado incluso
al presidente con abandonarle: “O gobierna con la oposición, o con nosotros”,
le aseveraron públicamente hace más de un año.
Allí se produjo la inflexión que amenaza la continuidad de la actual
alianza en la Casa de Toesca. Eso el presidente lo supo. No pudo hacer más. La
ciudadanía al parecer también sabe, y lo hará saber inexorablemente en
noviembre próximo.
*Magister en Gerencia y Políticas Públicas. Universidad Adolfo Ibáñez.
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