jueves, 13 de junio de 2013

Ética y debate presidencial


*Jorge Navarrete Bustamante

El lunes pasado se realizó el primer debate presidencia bajo la actual ley de primarias. Ello ha sido de sorprendente relevancia pública dado los 24 puntos marcados por el rating en la TV privada chilena y estadounidense (CNN), aunque no es nuevo para la oposición pues lo ha organizado e implementado desde hace 20 años (1993), en esa época entre los precandidatos Eduardo Frei Ruiz Tagle y Ricardo Lagos Escobar.

Empero esta vez el centro del debate fue más estructural ya que se debatía acerca de la sociedad en la que queremos vivir de aquí a los próximos 20 años. Es decir, ya no para el periodo de los próximos seis o cuatro años del periodo presidencial bajo el recurrente sistema de “posta”, y en el marco de un sistema heredado y luego ajustado incrementalmente en el proceso de reconstrucción democrática cómo en el pasado.

Por ello, los vectores estructurantes en todo estado nacional como es la elaboración de una nueva Constitución; la gratuidad y calidad de la educación como “piedra angular” para revertir la actual distribución del ingreso que está generando además verdaderos ghettos en nuestra convivencia diaria; y la integración social en materia sexual y étnicas, fueron neurálgicos en el debate del lunes precisamente porque de ello pende la genuina paz social de la patria.

Cierto. No se abordaron tales tópicos en debates ni en candidaturas de antaño con la contundente profundidad y decisión de esta semana. Ello precisamente porque las sociedades son dinámica, evolucionan o involucionan, y su quehacer está determinado por prioridades que ellas mismas resuelven según su específico nivel de maduración; desarrolla velocidades en el marco de reglas que se ha dado o heredado, y que en este caso –pese a todas las reformas constitucionales- impiden avanzar hacia nuevos y mayoritariamente deseables estadios de desarrollo: “unos pocos deciden por los más”, antítesis de toda democracia.

Han sido nuestros jóvenes los que impulsan tamaña transformación deseada. Y nuestra sociedad no puede dejar de procesar y atender eficazmente las mismas. Ello es rol del estado. Esta vez, la responsabilidad de sus instituciones, y de los partidos políticos chilenos –fundamentales en toda democracia- no puede supeditarse a “darle una vuelta más al torniquete institucional”: ello sería nefasto.

Por ello el dilema entre la ética de convicción y la ética de la responsabilidad (Max Weber), está latente. Esto no quiere decir que la ética de convicción es idéntica a la ausencia de responsabilidad, y la ética de responsabilidad a la ausencia de convicción; por el contrario, se completan mutuamente. La alianza debe entonces asumir que la absolutización de una mal entendida ética de convicción puede llevar al país a una ingobernabilidad que la mayoría no desea para Chile, precisamente por carecer de una mínima ética de la responsabilidad.


MBA. Universidad de Talca. 

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