miércoles, 5 de octubre de 2011

Algo nos está pasando

Algo nos está pasando
*Jorge Navarrete Bustamante‘
En las últimas semanas, se ha dado a conocer sólidos indicadores internacionales que nos señalan como un país que internamente es el más desconfiado en la OECD; que tiene la educación más cara de OECD; y que baja cinco puestos en competitividad tecnológica, según The Economist Intelligence Unit para Business Software Alliance.
En efecto, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD), entidad que reúne a las economías más desarrolladas del planeta, midió el nivel de confianza interna que existe en sus países miembros, y llegó a establecer que en Chile, a raíz que un 87% de la gente desconfía de sus pares, posee el nivel más alto, secundado por Turquía y México.
Por el contrario, el rango de confiabilidad más alto se encuentra en los países nórdicos: Dinamarca, Noruega, Finlandia, Suecia, entre otros.
¿Qué nos pasa?
Una de las razones fundamentales de ello, según la OECD, es que la distribución equitativa del ingreso desempeña un papel fundamental al momento de confiar en alguien. Un indicador en el que Chile posee una pésima evaluación.
¿Por qué entonces insistimos en agravar la situación al no adoptar decisiones útiles lejanas de todo sobreideologismo?
El segundo indicador internacional es vinculante con el anterior. La misma OECD notifica que Chile es el único país donde las familias financian 80 por ciento de la educación superior, mientras que el Estado sólo aporta 15 por ciento y otras instituciones privadas el 5 por ciento restante. Así, por ejemplo, una carrera universitaria en Chile cuesta 3 mil 400 dólares en promedio cada año, lo que equivale al 22 por ciento del ingreso per cápita del país.
En definitiva, comparado con otros países de la OCDE, el Gobierno chileno gasta 5 por ciento menos que Corea del Sur, que invierte 20 por ciento en la educación.
En suma, ambos indicadores internacionales constituyen una notificación histórica y estructural que requiere para revertirlos de medidas pragmáticas, cómo el incremento real de recursos hacia los sectores postergados, a través –no hay otro camino sostenible-, de un adecuado pacto fiscal.
Dicho de otro modo, se precisa de una efectiva reforma tributaria que reviertan los magros indicadores sociales y educacionales en comento. Ello no es un tema de “lucha de clases” sino de matemáticas; tampoco de seguridad interior (que evidentemente apunta a un efecto marginal) sino de propuestas creativas y pertinentes hacia nuestra real problemática social y educacional.
El tercer indicador internacional nos alerta con la caída de cinco puestos en competitividad tecnológica, lesionando nuestra productividad nacional y el crecimiento en el mediano plazo. Ello sería producto de una mentalidad poco innovativa que radica en la educación; del esmirriado entorno de investigación y desarrollo; y de un débil respaldo a los emprendedores.
En fin, algo está pasando… y las respuestas son aún incoherentes con la realidad.
MBA. Universidad de Talca.

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