miércoles, 7 de diciembre de 2011

Hourton

Hourton

*Jorge Navarrete Bustamante

El lunes recién pasado, falleció a los 85 años Jorge Hourton, obispo auxiliar de Temuco e incansable luchador por la paz, la justicia y los derechos humanos.

Había nacido en Francia y se nacionalizó chileno. Estudió en el Seminario de Santiago, y fue consagrado obispo en 1969.

Como Obispo auxiliar de Puerto Montt, Rector del Seminario Pontificio Mayor, Obispo auxiliar del Cardenal Raúl Silva Henríquez, Jorge Hourton fue un testigo privilegiado de las últimas décadas de la historia chilena del siglo XX.

Efectivamente, formó parte durante 33 años de las Asambleas Plenarias del Colegio Episcopal y Conferencia Episcopal, la misma que tuvo el coraje moral de hablar –no de la relación vincular, intima y exclusivamente propia de cada familia y pareja chilena- sino por aquellos que no tenían voz, defendiendo al indefenso, amparando al perseguido.

Cierto, fue un valiente defensor de los derechos fundamentales desde sus más altas responsabilidades, siendo indeleble su legado por su especial dedicación hacia los más desvalidos y los que estaban al borde del camino.

Por todo ello merece ser llamado Monseñor.

Fue asimismo un intelectual de fuste, con gran clarividencia, tenacidad y elevada capacidad para realizar hipótesis sobre la sociedad chilena y su destino. Ello se evidencia en la reciente publicación de su libro “Memorias de un Obispo sobreviviente, Episcopado y Dictadura”, con su testimonio.

Relevó la doctrina y no se le conoció expresiones ni adoraciones casi fetichistas que a veces solemos hoy testimoniar.

Era del mismo linaje y distinción que el del Obispo Carlos Gonzalez Cruchaga o el de don Manuel Larraín; que el de don Carlos Camus o del Obispo Santos; de André Jarlan o de Pierre Dubois; de Guido Lebrét, o del Cardenal Raúl Silva; de Camilo Henríquez o del Obispo Cienfuegos.

Monseñor Hourton fue un fiel exponente de la Iglesia de los Pobres, esa de la humildad verdadera, la de Jesús y apóstoles, la del “Sermón de la Montaña”, la de Juan XXIII, la de Medellín y Puebla… esa que algunos parecen querer debilitar, y que lucha por vivir.

Pertenecía a esa Iglesia que aún los que no somos católicos respetábamos y hasta queríamos por su coherencia axiológica, compromiso social, tolerancia sincera, compasión por el diferente, y por su rigurosa formación eclesial.

Ya nos hace falta monseñor Hourton, así como la magnífica generación de sus hermanos Obispos de la cual él formó parte y que recorren ya caminos desconocidos. No hemos visto aún un justo relevo de quienes aspiran sustituir su linaje y distinción verdadera.

“Esos queridos viejos” parten -por ley de la vida-, hacia el infinito: para sus cófrades al cielo, para sus laicos hermanos de ideales hacia la eternidad.

¡Hasta Siempre, don Jorge, hasta siempre Monseñor!

*Magister en Gerencia y Políticas Públicas. Universidad Adolfo Ibañez.

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