*Jorge
Navarrete Bustamante
El lunes pasado el presidente Piñera
ingreso el proyecto para modificar el sistema binominal.
Tal decisión no hubiera sido posible
si el senador Carlos Larraín no rubricara antes, y con todos los partidos de la
ex Concertación, una reforma más profunda que la del Ejecutivo.
Más vale tarde que nunca.
Ello es producto de un proceso de
décadas (más de 10 iniciativas anteriores), en que “al final del día” nunca se
contó con los votos de las respectivas bancadas de la UDI, entre otros menores y
oportunistas sufragios de parlamentarios.
Es que el sistema binominal constituyó
a esa tienda de ultraderecha en la más fuerte del país desde que Jaime Guzmán
con tan sólo el 17 por ciento dejara fuera del Congreso Nacional a Ricardo
Lagos, quién había obtenido sobre 200 mil votos más que el candidato gremialista.
Tal fórmula, prolijamente diseñada por Guzmán, le reportaría generosos frutos
hasta inicios de la segunda década del siglo XXI.
En efecto, si se recuerda, a
comienzos de los ´90, Renovación Nacional (RN) era una fuerza electoral
considerable, e impulsora relevante de una sustantiva reforma tributaria y
política, liderada por Ricardo Rivadeneira, fundador y primer presidente de RN.
Empero, rápidamente la UDI entendió que su principal adversario era
inexorablemente –por el propio sistema binominal- su socio, RN. A partir de
allí, planificadamente empezó a erosionar las bases de RN: atrayendo a los
militantes de estos en forma abierta o indirecta; imponiendo blindaje a sus
“coroneles” y, a la vez, endureciendo la competencia a los candidatos de RN,
salvo excepciones como las de Espina y Allamand.
Ello empezó a revertirse con la
elección del Presidente Piñera cuando derrota a Lavín, y luego al candidato de
la Concertación. Desde allí se escala en una encubierta confrontación entre la
ultraderecha, y la derecha; entre un partido casi confesional, y ciegamente neo
liberal como es la UDI, con un partido laico y republicano como ha sido históricamente
Renovación Nacional.
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