*Jorge Navarrete Bustamante
Nuestro país suele presentar
severas crisis institucionales y sociales cada 40 años.
En efecto, ese así desde antes de
la guerra civil de 1830 que culminó aquí, en Lircay.
Nótese que desde la guerra civil de
1851, al triunfo de los conservadores sobre liberales y penquistas, le sucede -40
años después- la guerra civil de 1891, enfrentándose la política
nacionalizadora de Balmaceda versus la liberal de la plutocracia;
posteriormente, a inicios de la década de los 1930 –cuarenta años después-
fruto de la crisis del ´29 y de la dictadura de Ibáñez, se suceden efímeros
gobiernos de facto; y en 1973, a casi 40 años del último quiebre institucional,
se produce un golpe de estado sin precedente por su crueldad, trasformación
regresiva, y ataduras institucionales que perduran hasta hoy día.
Y, este año 2013, a 40 años de
iniciada la dictadura de Pinochet, hay notables movilizaciones transformadoras en
pos de romper los cerrojos institucionales establecidos en esa; en los ámbitos
constitucional, electoral, educacional, previsional y valórico. En suma, de ampliación
democrática, distribución del ingreso y libertad de conciencia.
Cabe, entonces, preguntarse si
seremos capaces de resolver este nuevo trance histórico de manera civilizada,
pacífica y en concordia.
Ello, a veces parece lejano.
Cierto, al escuchar a algunos que
es posible aún darle “una vuelta más al torniquete institucional”; que propenden
provocar con su accionar una eventual reacción que posibilite la interpretación
de inconstitucionalidad para nuevamente “golpear los cuarteles”; o que agravian el alma democrática de Chile
levantando a espúreos líderes, hijos del binominal y con reconocidas identidad
autoritaria, demuestran que no han aprendido nada o que sencillamente sus
propios intereses están por sobre los de la patria que tanto dicen defender.
Difícil cosa ésta.
Pero hay quienes si han aprendido,
son los que han aceptado las fraudulentamente reglas constitucionales heredadas
sólo por la paz de Chile; cedido en diversas coyunturas para obtener algunos
avances para los más carenciados y no alterar una hipócrita concordia social, a
costa de debilitar el rol del estado.
Ello, ya no es tolerable para
millones de compatriotas.
Por lo mismo, este 2013 -a 40 años de
instaurada una dictadura reconocida como tal a escala planetaria, salvo por los
que aspiran codiciosamente mantener el actual sistema-, las chilenas y chilenos
debemos asumir democráticamente decisiones fundamentales.
En cada compatriota radica la
capacidad de cambiar pacíficamente el curso de una crisis institucional, social
y valórica en marcha.
Puede ser que esta vez revirtamos
la historia, o la planificada vocación confrontacional de quienes suelen romper
las reglas institucionales cuando estas pueden cambiar su esencia oligárquica y
discriminadora, por una explícita profundización democrática.
*Magister en Políticas Públicas. Universidad
Adolfo Ibáñez.
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